Comentario
José Cardiel. Su vida
El autor de la Breve relación que a continuación se publica fue uno de los miembros más destacados de este grupo de jesuitas que habían de morir en el exilio.
Nació en Laguardia (Álava) el 18 de marzo de 170421, aunque la familia se trasladó poco después a Vitoria, donde su padre ejercía como médico. Fue en esta ciudad donde comenzó, junto a otros dos hermanos, sus estudios en el colegio de los jesuitas. Los tres decidieron ingresar en la Compañía. José lo hizo el 8 de abril de 1720. Fue durante su noviciado en Medina del Campo donde conoció al P. Pedro Antonio de Calatayud, profesor entonces de retórica y filosofía. Desde 1728 hasta 1773, año de la muerte de Calatayud, aquellos dos hombres mantuvieron una amistosísima relación y se cartearon a menudo. Algunos de los trabajos literarios más señalados de Cardiel fueron cartas dirigidas a su maestro, como es el caso del escrito que nos ocupa. Con ellas y con algunos otros materiales Calatayud escribiría un Tratado sobre la Provincia de la Compañía de Jesús en Paraguay, cuyo manuscrito se encuentra en el Archivo de Loyola.
En 1729 llegó Cardiel a Buenos Aires, partiendo poco tiempo después para las reducciones guaraníticas, donde había de estar ininterrumpidamente durante doce años22. En esa primera etapa como misionero habrá de participar, entre otros muchos acontecimientos que reflejan sus escritos, en la sublevación de los comuneros de Asunción, al acompañar en calidad de capellán a los ejércitos guaraníes que en 1734 35 sofocaron aquella rebelión.
Transcurridos esos años, será enviado al colegio de la ciudad de Corrientes, donde se encontraba cuando, en 1743, fue escogido para cooperar en la fundación de misiones entre los indios mocovíes. Estos indígenas, pertenecientes al gran tronco lingüístico guaycuru, formaban una importante nación chaqueña, conocida por su arrojo y valentía. Algunos grupos aceptaron en ese año la propuesta del gobernador Francisco Javier de Echagüe, y formaron la misión de San Francisco Javier, a 35 leguas al noroeste de Santa Fe, siendo su primer párroco el P. Francisco Burges23. Para ayudarle fue enviado Cardiel tres meses más tarde, aunque no había de estar mucho tiempo en aquella misión, pues en enero de 1744 ya estaba intentando reducir a algunas partidas de abipones, otros indios chaqueños, con los que los mocovíes estaban en guerra. Cardiel estableció contactos con algunos caciques, quienes, según afirma él, quedaron de acuerdo en formar una misión, pero debido a las objeciones puestas por el teniente Gobernador de Santa Fe no pudo concretarse aquella fundación.
En abril de 1745, tras haber estado una temporada dedicado a realizar una especie de misión volante entre las rancherías y aldeas de la campiña de Santa Fe, fue asignado al colegio de dicha ciudad, desde donde procuró, también infructuosamente, formar un pueblo con los indios charruas, que nomadeaban por los alrededores. La razón de tantos fracasos repetidos y de las dificultades con que se encontraban los jesuitas en estas empresas radicaba en el modo de vida de aquellos grupos. Muy extractadamente, el propio Cardiel en esta Breve relación que a continuación se publica, explica los problemas que debían afrontar los misioneros a la hora de establecer una reducción entre las diferentes naciones indígenas. En la duda sexta se refiere a la relativa facilidad con que se establecía un pueblo entre indios que conocían la agricultura, para quienes los bienes más preciados eran las herramientas que les permitían aumentar su productividad al facilitarles sus tareas. Esto ya lo habían experimentado los jesuitas en los inicios de la creación de sus misiones. Así, el P. Pedro Oñate, en la carta anual de 1618 19 escribía: Es muy grande el trabajo que pasan los padres el primer año de estas Reducciones, en que no se trata, ni puede, del Evangelio y Doctrina, sino de que hagan sus casas y chacaras y se reduzcan a Pueblo. Y es cosa maravillosa y benigna providencia de Nuestro Señor que en dando a cualquier indio una cuña de hierro (que vale dos pesos o menos) para rozar el monte, luego está seguro, y como con grillos y cadenas para quedarse para siempre en el pueblo y doctrina, y hacerse cristiano; y así dicen muy bien los Padres que las almas aquí valen a cuña de hierro.
Muy diferente era la situación cuando se trataba de la reducción de nómadas dedicados a la caza y recolección, que en muchos casos habían adoptado recientemente el uso del caballo, con lo que aumentaban de forma significativa su movilidad y capacidad belicosa. Con estos indígenas, a los que Cardiel en otro texto define como tan del todo semejantes a los Gitanos, Tártaros, vagabundos y Árabes o Alárabes errantes, los sistemas tradicionales no daban apenas resultado.
En la carta relación de 174724, Cardiel realiza algunas reflexiones que sirven como complemento a las que expone en la duda sexta a que antes nos hemos referido. Dice así: #para convertir estas gentes, es menester tratarlas con el amor, autoridad y prudencia que un prudente y muy cristiano padre se porta con sus hijos e hijas de 7 u 8 años: mírese lo que este hace y esto se debe hacer con los indios# Es menester darles de comer y vestir, habitación en que vivir y sementera labrada, en que no tenga el indio más que hacer que guardarla y comerla, sin apretarles mucho a que trabajen en esto, pues no hay cosa más aborrecible para ellos que el trabajo, por corto que sea# Este es el modo de convertir esta vagabunda barbarie de a caballo. Toda la dificultad está en tan exorbitantes gastos en vacas, maíz, sal y otros comestibles; en ropa para todos; en el sueldo de los jornaleros# De manera que cada pueblo de estos nos cuesta cada año tres mil pesos o más#
Como se ve, las dificultades del misionero crecían considerablemente cuando se trataba con estos grupos de nómadas, lo que explica en gran medida los escasos resultados de la labor de los jesuitas entre las tribus chaqueñas y patagónicas, y su éxito entre los guaraníes y los chiquitos.
La siguiente tarea que le fue asignada a Cardiel, consistió en participar en una expedición científica, sufragada por la Corona, cuyo objetivo era la exploración de las costas patagónicas, estudiando básicamente la bahía de San Julián, alrededor de los 49° de latitud sur, con la idea de establecer allí una población. Para ello se embarcó el 5 de diciembre de 1745 en el navío San Antonio, mandado por D. Joaquín de Olivares. Junto a él iban los PP. José Quiroga, un reconocido cartógrafo y responsable de la expedición, y Matías Strobel, como superior. De este viaje científico, prácticamente desconocido, nos han quedado una buena cantidad de mapas, realizados sobre todo por Quiroga, y algunas relaciones manuscritas. También, un diario, escrito por otro jesuita, el P. Pedro Lozano formado sobre las observaciones de los Padres Cardiel y Quiroga, que ha sido publicado en varias ocasiones. Es ese un documento muy ameno e interesante donde, junto a las incidencias del viaje y a la relación de las observaciones astronómicas, se explica, por ejemplo, cómo los tres jesuitas consiguieron evitar los juramentos tan comunes entre la marinería, obligando a quien cometiera esa infracción a besar el suelo y decir a los presentes: Viva Jesús, bese el suelo. De esta manera --concluye el P. Lozano-- en devoción y conformidad cristiana se prosiguió la navegación.
Los resultados de aquella expedición fueron modestos pero no por ello carentes de interés. Avanzaron hasta unas 14 leguas del estrecho de Magallanes e inspeccionaron con bastante detenimiento las costas, internándose en algunos puntos tierra adentro para reconocer el territorio. En particular visitaron detalladamente la bahía de San Julián, corrigiendo apreciaciones de viajeros anteriores, para quienes aquella zona era un lugar ideal para fundar algún establecimiento. Resultó ser el punto menos favorable: tierra estéril, sin apenas caza y combustibles, y con poca agua potable.
Actualmente, en la provincia argentina de Santa Cruz, tres grandes lagos llevan los nombres de aquellos arriesgados exploradores.
Poco después de finalizado aquel viaje y pese a la propuesta de Cardiel de comenzar otra expedición que recorriese por tierra el mismo itinerario que habían realizado a bordo del San Antonio, fue destinado a las misiones de los pampas y serranos, grupos indígenas que habitaban al sudeste de Buenos Aires, en las serranías que llamaban del Volcán, no muy lejos de la actual ciudad de Mar de Plata. Su intención era establecer una cadena de misiones que llegasen hasta el mismo estrecho de Magallanes, pero pronto se reveló aquélla como una idea fantasiosa e imposible de realizar. Tras varios contactos con caciques indígenas de la región, logró fundar en 1747 una misión que se llamó Nuestra Señora del Pilar del Volcán, con la colaboración de un jesuita inglés, el P. Tomás Falkner, autor en el exilio de una interesantísima crónica llamada Descripción de la Patagonia y de las partes contiguas de la América del Sur25.
Un año después realizó otra tentativa para continuar sus exploraciones hacia el sur, pero los indios que le acompañaban le abandonaron algo antes de llegar al río Colorado, con lo que se frustró el proyecto.
De vuelta a Buenos Aires, donde debía informar al gobernador y al provincial de la Compañía, del fracaso de su intento, Cardiel, al que en algunas relaciones jesuitas se le señala por su natural intrepidez, fue comisionado para otra difícil empresa. Se trataba ahora de intentar la reducción de los abipones chaqueños, una de las tribus más agresivas de todo el área. Cardiel, que ya había tenido contactos con los abipones durante su estancia en San Francisco Javier de mocovíes, fue uno de los encargados de fundar la misión de San Jerónimo, junto a los PP. Horbegozo y Navalón. Durante dos años permaneció entre aquellos indígenas, consolidando el nuevo pueblo y fundando otro llamado Concepción. En el momento de la expulsión de los jesuitas, existían cuatro misiones entre los abipones, que agrupaban a casi 2.000 indígenas. La misión de San Jerónimo fue el origen de la actual ciudad argentina de Reconquista.
Después de aquel periodo, será trasladado al colegio de Asunción, con los cargos de consultor, confesor de la comunidad y misionero de partido. Fue allí donde le alcanzaron las noticias de la firma del Tratado de Límites que acabaría provocando la guerra guaranítica. Rápidamente se convirtió en uno de los principales oponentes de aquel acuerdo, redactando un memorial que pretendió, sin éxito, que fuera firmado por los cabildos secular y eclesiástico. Trasladado a San Ignacio Guazú, la más antigua de las misiones de guaraníes, Cardiel volvió a redactar otro escrito, todavía más crítico, en el que se vertían frases como ésta: Que ni en Turquía ni en Marruecos se cometería injusticia tan notoria como la que contiene el tratado y que ¡ay de aquéllos que concurran activos a la mudanza! Este enfrentamiento con las autoridades coloniales y aun con parte de sus propios superiores religiosos, le supuso una sanción, a la que ya hemos hecho referencia anteriormente, y su traslado a la misión de Itapua, como compañero del párroco, y con la orden de que se vigilasen estrechamente sus actividades. Así, G. Furlong copia26 una carta del cura de la vecina misión de Jesús, quien escribía al P. Visitador: #el Padre Josef Cardiel todo es ideas, como suele, haciendo terraplenes y lagunas, queriendo arrancar esta loma, etc., buscando en qué ocuparse y ocupar a los indios, como si no hubiera que atender y procurar lo principalísimo que son las chacras, y otras cosas necesarias al pueblo. Meses pasados vino y anduvo por todo el Paraná haciendo tratos y recogiendo barriles, tachos viejos, dando que hablar, y confirmando siempre a cuantos le conocen que todo se le va en ideas extravagantes sin esperanza de que adelante, antes pierda el Pueblo#
Ya hemos comentado en otro capítulo los acontecimientos posteriores y cómo nuestro autor hubo de participar en las tareas de traslado y pacificación de los indígenas sublevados. Cuando los avatares del conflicto le llevaron a tener una intimidad bastante grande con el nuevo gobernador del Río de la Plata, D. Pedro de Cevallos, Cardiel volvió a sentirse seguro y, aun cumpliendo la penosa misión de evacuar a los guaraníes más recalcitrantes, comenzó otra vez a criticar el contenido del tratado. Como refutación a un panfleto portugués que criticaba agriamente la organización de las misiones paraguayas, Cardiel escribió la que habría de ser su obra más extensa y ambiciosa, la Declaración de la Verdad. En ella y en otros escritos contemporáneos, su preocupación era triple. Por una parte, pretendía describir y reivindicar la obra misionera; por otra, mostrar el desacierto de la firma del tratado; pero su mayor interés radicaba, según palabras de José M. Mariluz Urquijo27, en blanquear a la Compañía de las imputaciones sobre la complicidad con el alzamiento guaraní.
La llegada de Carlos III al trono va a suponer una transformación radical de la situación en el Río de la Plata. El nuevo monarca se muestra contrario a la opinión mantenida por su hermano y denuncia el tratado. Las cosas parecían estar como antes, pero cuando los guaraníes fueron volviendo a sus antiguos pueblos, no encontraron sino desolación y ruinas.
El 24 de agosto de 1761 fue destinado Cardiel a la misión de San Miguel, quizá el pueblo más importante de los que habían sido ocupados por las tropas portuguesas y uno de los que más habían sufrido. Durante un año dirigirá las labores de reconstrucción, pero en 1762, deberá partir para otra empresa que poco tiempo antes habría resultado inimaginable.
Por uno de esos giros de la política internacional española que son discutidos una y otra vez por los investigadores, Carlos III decidió acabar con la neutralidad característica del reinado de su antecesor, Fernando VI, y firmó el que se ha llamado Tercer Pacto de Familia, el 15 de agosto de 1761, alianza con Francia que le arrastraría sin remedio a una guerra con Inglaterra y su aliada Portugal.
Así se produce la paradójica situación de ver de nuevo a Cevallos organizando un ejército invasor, sólo que esta vez dirigido a la toma de la portuguesa Colonia de Sacramento, y compuesto, en buena medida, por contingentes de indios guaraníes de las misiones. Con ellos, volvemos a encontrar al inevitable Cardiel, actuando como su capellán. Aquella parecía la guerra de nunca acabar. Primero, portugueses y españoles contra los indios; ahora españoles y guaraníes contra los portugueses.
La campaña resultó bastante penosa para el misionero, que ya se acercaba a los sesenta años. La marcha hacia la Colonia fue relativamente rápida, pero el dormir al sereno y en el suelo y las largas caminatas acabaron con la salud de Cardiel, quien ya nunca se restablecería completamente.
El 2 de noviembre de 1762 se conquistó la plaza enemiga. Fue ésta la única victoria resonante que consiguieron las armas españolas en aquella guerra. Por la Paz de París, la Colonia de Sacramento sería de nuevo entregada a los portugueses al año siguiente.
Aún continuaba la marcha victoriosa de Cevallos cuando Cardiel solicitó el relevo de su puesto en el ejército, debido a su mala salud, como señala en una carta enviada a sus superiores: #la raíz de mi achaque no está disipada. Todavía me cuesta buen trabajo estar de rodillas y acudir a los ministerios de enfermos. Los médicos no aciertan con el remedio# En julio de 1763 se le destinó a la misión de Concepción, donde residió los últimos años de su estancia en América. En la Religión entré para trabajar, no para huir del trabajo# escribía al P. Contucci el 12 de septiembre de ese año, pero lo cierto es que ese último periodo americano parece uno de los más apacibles y serenos de que gozó en su vida, dedicándose a las faenas rutinarias de la dirección de un pueblo ya firmemente asentado.
No iba a terminar allí su vida. Al viajero patagónico, misionero entre las tribus más irreductibles del Chaco, capellán de ejércitos y polemista infatigable, aún le restaba por pasar un último y más amargo trago.
En 1768, de nuevo, las tropas españolas entraron en el territorio de las misiones. Iban mandadas por un nuevo gobernador, D. Francisco de Paula Bucareli y Ursúa, y su objetivo era esta vez el arresto de los jesuitas. Una de las detenciones más destacadas, tal como informa el gobernador al Conde de Aranda, era la del famoso Joseph Cardiel, a quien se apresó en el pueblo de Concepción el 10 de agosto de ese año.
Embarcado en el buque San Nicolás, junto a otros treinta misioneros, de los cuales diez murieron en el mar y cinco al desembarcar, llegó Cardiel a la península a mediados de abril de 1769. Poco después, fue enviado a Italia, pasando a radicarse en Faenza, como la mayoría de los miembros de la antigua provincia jesuítica del Paraguay.
La vida de los expulsos no era fácil. Recibían una modesta pensión del gobierno español que les permitía subsistir, pero poco más. No teniendo otro recurso que la pensión resulta que con ella el que se viste no come y el que come, no tiene para vestirse, escribía uno de aquellos exiliados, el P. José Francisco de Isla. La situación de Cardiel en este sentido no debió ser de las peores, pues en el Archivo Histórico Nacional (legajo 224) puede verse un recibo donde se refleja el cobro de algunos fondos extraordinarios enviados por sus sobrinos.
Los jesuitas que venían del Río de la Plata, acostumbrados al clima cálido de aquellas latitudes, sufrían especialmente a causa del frío, que se agravaba con su pobreza. El último provincial del Paraguay, el P. Domingo Muriel murió de frío. El ya anciano Cardiel escribía a su amigo Calatayud el 27 de noviembre de 1771, sobre las dificultades que encontraba para realizar algunos trabajos literarios y cartográficos: Había determinado no emprenderlos, ni otra cosa por el mucho frío, que no me deja hacer cosa; pero ya he discurrido modo de trabajar; y es teniendo fuego para pies y manos, gastando cuatro veces más carbón que cuando no hay frío. Gran trabajo es ser viejo. Así puedo trabajar en eso y en otra cosa que me han encomendado#28.
Otro asunto que le preocupaba bastante era, como explica en los primeros párrafos de la Breve relación, la ausencia de bibliotecas que reuniesen fondos importantes sobre temas americanos. Por lo menos una vez se trasladó a Bolonia para consultar algunos datos en las excelentes bibliotecas de la ciudad y también, suponemos, para visitar a su querido maestro Pedro de Calatayud, pero aparte de estas excepciones, no realizó ningún otro desplazamiento importante, debido fundamentalmente a que los expulsos, si querían seguir percibiendo sus pensiones, debían obtener permiso de las autoridades consulares españolas, para realizar cualquier viaje.
El 7 de diciembre de 1781 falleció José Cardiel en la ciudad de Faenza. Unos días antes había escrito a un compañero suyo, el P. Ramón Termeyer, las siguientes palabras: Mucho he tardado en terminar esta carta. El escribir, el leer y el estudiar me fatigan grandemente aunque no tanto como el tener que hacer cosas materiales. No es de extrañar pues estoy ya en los 81 años o más bien en los 82 años. Ya se avecina el día de mi desaparición, ya he recorrido el camino de la vida, ya he peleado la batalla de este mundo; por lo demás ya me espera, no sé si decir una corona o una sambenito, aunque mucho confío en Dios y en su misericordia infinita y en los méritos de mi Señor Jesucristo que será en verdad una corona29.
José Cardiel. Su obra
Casi puede decirse que Cardiel estuvo siempre escribiendo el mismo libro. La mayoría de sus trabajos literarios no son sino reelaboraciones y matizaciones sobre un mismo tema: la descripción, con características apologéticas de las reducciones guaraníticas y la defensa de la obra de la Compañía de Jesús.
En ese sentido, los textos que nos ha dejado Cardiel pueden definirse, sin ninguna carga peyorativa, como panfletos. Son escritos combativos, realizados muchas veces al calor de alguna polémica, sin casi elaboración previa, que reflejan las opiniones de un hombre de acción, porque de hecho esa es la principal característica de Cardiel. Como hemos visto en el capítulo precedente, él fue un importante misionero, que estuvo presente en casi todos los lugares donde actuaba la Compañía en el Río de la Plata, y al que sus propios compañeros, a veces ensalzándole y a veces criticándole, señalaban por su natural intrepidez.
Ese rasgo peculiar de sus escritos señala sus limitaciones, pero también sus méritos. Las obras de Cardiel están lejos de elaboraciones muchos más ambiciosas y no poseen el aparato erudito que caracterizan los trabajos de algunos de sus compañeros pero, por contra, presentan un cuadro mucho más vívido e inmediato, ofreciéndonos una imagen que se nos antoja muy real, de lo que fueron las misiones jesuíticas y de lo que pensaban los misioneros.
El P. Furlong, en su prólogo varias veces citado, señala que bien puede decirse de Cardiel que más que a escribir historia, dedicose a hacer la historia y, sólo teniendo en cuenta eso, podemos dedicarnos a valorar el interés de sus trabajos literarios.
También merece destacarse que ninguno de sus escritos fue editado en vida del autor, aunque alguno de sus manuscritos tuvieron una difusión relativamente amplia, y fueron bastante comentados. Se repetía así una característica común a la mayoría de los textos de los expulsos, como ya hemos reflejado anteriormente.
Realizadas estas aclaraciones, podemos clasificar, de forma general y sin ningún ánimo de exhaustividad, sus trabajos en:
1.º Diarios y relaciones de viaje.
2.º Descripciones y defensas de las misiones jesuíticas, a menudo con carácter polémico.
3.º Cartas diversas.
4.º Obra cartográfica.
1.º Cardiel fue, como ya hemos visto, un viajero y explorador notable, que nos ha dejado varios diarios y relaciones sobre las expediciones que realizó. Los más destacables son:
1a. Diarios de viaje y misión de Magallanes. 1745 46. Desconocemos el paradero de estos manuscritos, pues la biblioteca privada donde los pudo ver Furlong, fue subastada en Londres en 1963, dispersándose sus fondos. Las informaciones incluidas en estos diarios fueron utilizadas, como ya señalamos, por otro jesuita, el P. Pedro Lozano, para escribir el Diario de un viaje a la costa de la Mar Magallánica en 1745 desde Buenos Aires hasta el estrecho de Magallanes, que ha sido editado en varias ocasiones. Señalamos aquí únicamente su edición en la Historia del Paraguay del P. Francisco J. Charlevoix, en la traducción española de la Historia general de los viajes del Abate Prevost y en la gran Colección de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las Provincias del Río de la Plata de Pedro de Angelis.
1b. En otros tomos de la importantísima Colección de de Angelis se incluyen otros diarios. Son éstos: el Estracto o resumen del diario del padre José Cardiel en el viaje que hizo desde Buenos Aires al Volcán y de éste siguiendo la costa patagónica hasta el arroyo de la Ascensión, cuyo manuscrito, más completo que la relación publicada, se encuentra, al parecer, en el Museo Británico; y una Carta del Padre jesuita José Cardiel, escrita al señor gobernador y capitán general de Buenos Aires, sobre los descubrimientos de las tierras patagónicas en lo que toca a los Césares (11 de agosto de 1746), en el que aborda el curiosísimo asunto de la búsqueda de la fabulosa e imaginaria ciudad de los Césares, mito austral similar al de El Dorado o al de las siete ciudades de Cibola.
2.º La serie de escritos en los que Cardiel aborda la descripción de lo que algunos autores llamaron el Estado jesuita del Paraguay, es la que tiene un mayor interés para nosotros. Constituye un punto de referencia ineludible para los investigadores de las famosas misiones guaraníticas. Su falta de ambiciones es también su grandeza30. Son relatos directos y sencillos, escritos por alguien que conocía a la perfección el tema.
Básicamente, Cardiel escribió cuatro, o tal vez cinco, textos con un contenido muy similar.
2a. La Carta relación de 1747 fue editada en Buenos Aires en 1953, con una introducción del P. Guillermo Furlong, de la que hemos tomado muchos datos. Va dirigida a su maestro Pedro de Calatayud y es un precedente claro y directo de la Breve Relación de las Misiones que se publica a continuación. Las diferencias entre una y otra son más bien de estilo que de contenido. La más antigua es también la más inmediata y subjetiva, escrita entre dos expediciones y plagada de anécdotas y detalles reveladores. La otra, realizada ya en el exilio, es algo más serena y objetiva, quizá históricamente más valiosa. De cualquier manera, es muy difícil señalar una superioridad clara de una u otra. Son dos relaciones muy similares que en algunos casos se complementan, pero que generalmente repiten los mismos datos y argumentos.
2b. Cuando aún no habían terminado las consecuencias de la guerra guaranítica y los últimos indígenas eran trasladados de los territorios más orientales, llegó al cuartel general del ejército español, situado en la misión de San Borja, un librito de 85 páginas, remitido por los portugueses, que llevaba por título Relaçao Abbreviada Da Republica Que os Religiosos Jesuitas das Provincias de Portugal e Hespanha Establecerao nos Dominios Ultramarinos das duas Monarquias; E da Guerra, que nelles tem movido, e sustentado contra os Exercitos Hespanhoes, e Portugueses; Formada pelos registros das Secretarias dos dous respectivos Principaes Comissarios, e Plenipotenciarios; e por outros Documentos authenticos. Cardiel que, como ya hemos visto, acompañaba al ejército, decidió contestar a las acusaciones que contra la actuación de la Compañía de Jesús se vertían en aquel escrito, y escribió su más extensa y ambiciosa obra, titulada Declaración de la Verdad contra un libelo infamatorio impreso en portugués contra los PP. jesuitas misioneros del Paraguay y Marañón. San Borja, 14 de septiembre de 1758.
Su manuscrito, escrito aceleradamente en tres meses, tuvo una circulación extensa entre los jesuitas y las autoridades coloniales, pero el P. Provincial, aunque lo aprobó, no juzgó conveniente su publicación, presumiblemente para no avivar el fuego con réplicas y contrarréplicas.
La Declaración de la Verdad fue publicada por el P. Pablo Hernández en Buenos Aires el año 1900. Se la ha considerado el escrito más completo de todos los realizados por Cardiel, muy alabado por bastantes investigadores de la historia misionera, aunque, a nuestro juicio, su pretensión de polemizar con todos los críticos del proyecto jesuita lastra un tanto el resultado final de la obra.
2c. Ya en el exilio, el maestro y amigo de Cardiel, Pedro de Calatayud, le solicitó otro informe similar al de 1747, sobre las misiones en las que tanto había trabajado, para utilizarlo en una obra que proyectaba. Cardiel se puso manos a la obra y redactó la Breve relación de las misiones del Paraguay que ahora se publica. Fue un escrito rápido y vivaz, como casi todos los suyos, un tanto a vuela pluma, sin poder consultar apenas documentación sobre el tema. La obra tuvo una acogida excelente en los medios jesuitas y se conocen bastantes copias manuscritas. La primera y hasta ahora única edición de este trabajo se realizó en 1913, integrando los apéndices de la obra del P. Hernández, Organización social de las doctrinas guaraníes de la Compañía de Jesús.
Existe un texto muy similar al de la Breve relación, que lleva por título Costumbres de los guaraníes que fue incluido como apéndice por el P. Muriel en su revisión de la Historia del Paraguay del P. Charlevoix. No sabemos si este compendio es del propio Cardiel o de Muriel. Fue editado en Madrid en 1918.
2d. Casi al final de su vida, en 1780, Cardiel volvió a tratar el tema de las misiones en una última obra. Se trata del Compendio de la historia del Paraguay sacada de todos los escritos que de ella tratan y de la experiencia del autor en 40 años que habitó en aquellas partes, recientemente editado (1984) en Buenos Aires, con un interesante estudio preliminar de José M. Mariluz Urquijo. Poco aporta este título al resto de los escritos de Cardiel. Utiliza pasajes enteros de la Breve relación de 1771 y se muestra, a nuestro juicio, repetitivo y un tanto plúmbeo. De todas formas, aún sigue conservando buena parte de sus valores tradicionales y como señala Mariluz Urquijo31: lo más importante del volumen es el relato fundado en lo que él mismo vio o escuchó de boca de los protagonistas, lo que suele venir avalado por la expresa referencia a su experiencia personal#
Este último texto de Cardiel reúne algunas informaciones de gran interés sobre personajes y acontecimientos capitales de la historia misionera, de los que el autor fue testigo presencial y que no señala en otros escritos suyos. Curiosamente Cardiel ocultó su nombre en esta obra, enmascarándose bajo el del imaginario sacerdote Joseph Darceli, esperando quizá abrirse así paso hacia personas que rechazarían cualquier cosa proveniente de un jesuita. Por lo que sabemos no tuvo ningún éxito en este intento.
3. La correspondencia de Cardiel es muy amplia y variada y además está repartida por medio mundo. Encontramos en ella muchas cartas dirigidas al P. Calatayud, describiendo aspectos de su vida americana, con asuntos económicos e históricos de gran interés. También merece destacarse la relación que tuvo con el P. Ramón Termeyer, centrada sobre todo en temas de historia natural, a los que éste último era muy aficionado. Quizá la correspondencia más interesante de Cardiel se encuentre en el Archivo de Loyola y en el Archivo General de la Nación de Buenos Aires, pero pese a la labor pionera y fundamental de Guillermo Furlong queda mucho por hacer en este terreno.
4. Cardiel fue un mediano cartógrafo que, aunque no alcanzó el perfeccionismo de sus compañeros Camaño, Chomé o Quiroga, nos ha dejado una estimable colección de mapas de las regiones que formaban el virreinato del Río de la Plata.
Fue sobre todo durante su exilio italiano cuando se dedicó a la elaboración de cartas geográficas de aquellos territorios, aunque ya había realizado algunas en América.
La función de algunos de estos mapas era la de ilustrar sus propios escritos, como ocurre en el caso de la Breve relación, donde hace referencia a un mapa que reflejaría la situación de las misiones y la línea divisoria establecida por el Tratado de 1750, y un plano de uno de los pueblos.
El P. Furlong, en la introducción a la Carta relación de 1747, tantas veces citada, describe diez mapas que han sido atribuidos a Cardiel. Entre ellos se encuentran itinerarios de sus expediciones patagónicas, mapas generales que señalan los efectos del Tratado de Límites antes citado, mapas del territorio de misiones, un croquis de una reducción, y una carta del extenso territorio del Chaco. Muchos de ellos han sido reproducidos modernamente en obras de investigación histórica.